Llegamos aturdidos. El fuerte sol africano me deja desorientada. Hemos pasado la noche viajando entre carreteras rectas y baches en un 4 x 4 digno de película. Me noto un poco mareada, las pastillas para la Malaria no ayudan mucho. Bajamos del coche y un montón de niños se nos tiran encima, pura energía, no entiendo que me dicen. Todo son saludos y sonrisas. Nos cantan y nos dan las manos. Vienen las mujeres más mayores del poblado, en sus ojos veo la experiencia y en sus manos los años dedicados al campo. Me roban el corazón, se ganan mi respeto.
Así es nuestra llegada al poblado rural de DarSalam. Un recibimiento que no olvidaré nunca, y por esto lo escribo porque no lo quiero olvidar por nada del mundo. Quiero escribir estos momentos para recurrir a ellos en los momentos que me sienta perdida, recurrir a ellos y pensar lo feliz que fui con tan poco, que no necesito nada para ser feliz, solo amor, amabilidad y humanidad.